Lo dijimos
Lo dijimos. Por activa y por pasiva. Durante y después de la primera ola, tanto durante aquellos aciagos meses de marzo y abril como las semanas que vinieron después, toda la comunidad sanitaria fue un clamor reclamando lo mismo. Faltaba personal, no dábamos abasto para aquella avalancha que se nos vino encima. Faltaban medios humanos y materiales, pero además faltaba algo indispensable. Faltaba prevención y coordinación. Aquello a lo que nosotros no podíamos llegar. Tenían que ser nuestros responsables políticos los que tenían que dar respuesta a esa necesidad. Faltaba un sistema eficaz de rastreo de personas infectadas, que diese con ellos antes de que propagasen el virus por su entorno. Cuando comenzaron los peores días de la pandemia ya llegábamos tarde.
Pero había una excusa. Nadie supo medir la magnitud de lo que se nos vino encima, nadie pensó en el crecimiento exponencial del virus, que hizo que pasásemos de unos pocos infectados detectados y unos cuantos muertos (589 casos y 5 fallecidos a fecha 8 de marzo, datos ABC.es) a tener casi 150.000 afectados y 14555 muertos solo 1 mes después. En aquellos momentos solo cabía un tipo de medidas. Había que doblegar aquella curva endiablada que aumentaba el número de afectados de forma exponencial día a día. El único objetivo era conseguir que aquella avalancha de pacientes no colapsase el sistema sanitario. Pero lo hizo. Solo en Madrid, en el pico máximo de la pandemia, el 2 de abril, el número de ingresados en camas UCI fue de 1528, cuando el número de este tipo de camas en la comunidad antes de la pandemia era de 653. Para poder dar respuesta a este tsunami hubo que habilitar todo tipo de instalaciones, desde unidades de reanimación a quirófanos. Los hospitales suspendieron toda actividad ajena a la epidemia y desviaron todos sus recursos para dar asistencia a todos los pacientes que les llegaban. Gimnasios, zonas comunes, salas de espera, cualquier sitio era bueno para poner una cama donde alojar a los cientos de enfermos que se agolpaban en las urgencias hospitalarias, algunos hasta la misma puerta del hospital. Y la situación de los SEM (Servicios de Emergencias Médicas) no era mejor. Uvis móviles realizando 20 avisos diarios, cientos de traslados diarios en ambulancia, unidades médicas dedicadas exclusivamente a la realización de confirmaciones de defunción en domicilios y residencias… ¡¡Ay las residencias!! Estos centros fueron capítulo aparte. En nuestra comunidad se dio orden de no trasladar a las personas enfermas por COVID en estos centros bajo la premisa de que se iban a medicalizar las residencias para así descongestionar los hospitales. Pero no se hizo. Se dejó a su suerte a miles de ancianos y saltaron todas las costuras del sistema público-privado de residencias en nuestra comunidad. Residencias sin personal y sin medios propios tuvieron que hacer frente a cientos de casos entre los residentes. Los muertos se acumularon, literalmente en sus instalaciones. Cuando llegaban los equipos del ejército para desinfectarlas se encontraban con docenas de fallecidos.
Pero hay que dejar clara un dato primordial para entender como nos pudo pillar esta catástrofe con una falta de medios tan notoria. Los recortes. Las políticas de privatizaciones llevadas a cabo durante los últimos 20 años por los distintos gobiernos estatales y autonómicos de distinto color político, así como los recortes producidos en sanidad con motivo de la crisis económica de 2008, dejó nuestro Sistema Nacional de Salud completamente expuesto a cualquier contingencia sanitaria. Ya era visible año tras año con la epidemia periódica de la gripe, que tensionaba sistemáticamente hospitales y atención primaria y extrahospitalaria todos los inviernos. Parecía que el sistema aguantaba, hasta que llegó el COVID. La reducción de personal, la desviación de recursos a la sanidad privada a través de los conciertos y las colaboraciones, así como la toma de decisiones políticas como el cierre de camas, o la falta de fortalecimiento de los sistemas de alerta de salud pública, hicieron que cuando la emergencia se mostró en toda su virulencia, no teníamos recursos suficientes para hacerla frente.
Cuando la tormenta amainó, seguimos insistiendo en que había que reforzar los sistemas de detección, mantener al personal contratado durante los momentos más duros de la pandemia y prepararnos para lo que vendría de forma inexorable en un futuro cercano. En Madrid, uno de los puntos más afectados, reclamamos que había que contratar mucho más personal sanitario para hacer frente a una segunda ola. El personal era escaso y había estado dando el 200% durante varios meses y estaba exhausto, además de haber sido uno de los sectores más afectado, sino el que más, por el contagio de la enfermedad, mermando aún más si cabe los recursos humanos en nuestros hospitales, centros de salud y servicios de emergencias. Es cierto que todos pensábamos que este futuro se dibujaría con la llegada del otoño y que diversos factores de la llamada “desescalada” hicieron que se adelantase al verano. Pero no es menos cierto que durante estos meses la Consejería de Sanidad no hizo nada para prevenir lo que se preveía. Centros de urgencias cerrados, centros de salud con la mitad de personal, falta de rastreadores que monitorizasen los casos para prevenir contagios masivos. Los trabajadores sanitarios pensábamos en nuestra pobre ingenuidad que tras los primeros meses de sacrificios máximos y de esfuerzos sobrehumanos realizados por todos y cada uno de nosotros y el reconocimiento ofrecido por el conjunto de la ciudadanía, nuestros responsables empatizasen con nuestras demandas y reconociesen nuestro esfuerzo dotándonos de más medios, más compañeros y, por qué no decirlo, mejores remuneraciones. Pero no. Muy al contrario, se ninguneo a todos aquellos que vinieron a paliar las carencias del sistema, dieron la patada a médicos y enfermeras que llegaron de toda España para echar una mano en aquellos aciagos días. Los refuerzos en el rastreo se limitaban a subcontratar, a precio de oro, un puñado de operadores que no llegaban ni por asomo a los más de mil que las organizaciones internacionales recomendaban para nuestra región.
Muy al contrario, nuestros responsables políticos se lanzaron a lo único que saben hacer. En vez de reforzar los hospitales madrileños, abriendo áreas cerradas o que nunca abrieron, y reforzando con personal para cubrir a los compañeros y compañeras que estaban en unas más que merecidísimas vacaciones, el gobierno de Ayuso anunció a bombo y platillo la construcción de un hospital específico para pandemias. Otra vez la construcción como única solución. Una medida de dudosa utilidad, más teniendo en cuenta los problemas de la sanidad madrileña para cubrir las plazas de sanitarios ya existentes. Nada se dijo de contratar más personal para dotar a la atención primaria de medios humanos para hacer los seguimientos de pacientes, abrir áreas hospitalarias ya existentes cerradas desde su construcción o la formación de personal para el rastreo de casos. En vez de esto, los esfuerzos del equipo de la Sra. Ayuso se centraron en el tema económico. Pero no en paliar los efectos de la crisis sobrevenida a las personas más desfavorecidas que engordaban las llamadas colas del hambre, no. Su preocupación fue hacia empresarios a los que las medidas sanitarias de confinamiento y requisitos de higiene, reducción de aforo, etc, había provocado un quebranto en sus cuentas. Se lanzaron entonces a un ataque furibundo contra las medidas tomadas por el gobierno central, tachándolas de arbitrarias, ineficaces, a pesar de ser similares a las tomadas en otros lugares del mundo por administraciones de distintos colores políticos. Junto a sus medios afines, se obcecaron en poner en duda todas las medidas sanitarias. Cuando las medidas del llamado “escudo social” comenzaron a ver la luz, también las rechazaron lanzando todo tipo de falacias, bulos y menosprecios a todas ellas.
Pero no se han quedado ahí. Fomentaron y alentaron el incumplimiento de las normas de distancia social y las restricciones impuestas durante el estado de alarma llamando o incluso participando de concentraciones y manifestaciones ilegales, pusieron en duda los criterios científicos (siempre que estos chocasen con los intereses económicos, claro). Tras reclamar durante semanas el fin del mando único, empezaron insistentemente a reclamar la intervención del gobierno central cuando los números de contagios y fallecidos comenzó a elevarse en esta segunda ola en la que nos encontramos. Y cuando por fin el Estado ha tomado cartas, la posición de la Comunidad ha sido el rechazo frontal a las medidas previamente acordadas con ellos mismos.
Ante toda esta sinrazón de batalla política, los sanitarios nos sentimos agotados, solos e indefensos ante la visión de la repetición del infierno vivido en aquellas semanas aciagas de marzo y abril. No se nos ha escuchado, no han tenido en cuenta nuestras recomendaciones. Nuestras profesiones son netamente vocacionales, pero esa vocación innata ha sido aprovechada por nuestros dirigentes para ignorar nuestras reclamaciones de mejoras en las condiciones de trabajo, salarios más dignos y refuerzos de nuestros equipos, a sabiendas de que aun así, sumidos en el más absoluto abandono, seguiremos haciendo aquello que más amamos y por lo que nos levantamos cada día: Sanar, cuidar y consolar a nuestros pacientes. Pero que quede claro. Eso no nos va a impedir poner todas nuestras fuerzas en hacer valer nuestra voz y nuestras reclamaciones que son, a la postre, las de la inmensa mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de Madrid. Tener una Sanidad Pública y de calidad para todos y todas.