Chás
Los cierres de los comercios bajados y la ausencia de bares hacían que esa parte de la ciudad pareciera desierta. Se dirigió a la parada del autobús que se encontraba al final del paseo junto a un cruce. Dos farolas apagadas como dos gigantes dormidos, la custodiaban. Desde la acera, ya en la parada, distinguió a su derecha lo que parecía una glorieta en obras. En el centro de la misma tapada con una lona se levantaba la sombra de una estatua gigante. La única luz provenía de una farola afincada al otro lado de la calle. Calle arriba por donde había venido, más farolas iluminaban de manera intermitente los edificios, pero estaban demasiado lejos como para apartar esa sensación de inseguridad que le infundía el estar sola en esa calle a esas horas, sin apenas ruido y con uno o dos coches solitarios que pasaban de largo de allá para cuando. Miró el reloj por instinto, pero no pudo distinguir la posición de las agujas.
De repente como salido de la nada, oyó los pistones del autobús soltar el aire y la puerta delantera abrirse. Se acercó a la puerta sin llegar a montar. El conductor del autobús que hasta ese momento seguía mirando al frente con la mirada perdida, giró la cabeza lentamente hacia ella.
- Disculpe, ¿este autobús va a Moncloa?
- El autobús va a donde tiene que ir.
El comentario del conductor le pareció innecesariamente impertinente. Dudó si subirse o no, pero al mirar a ambos lados pensó que cualquier cosa era mejor que quedarse allí parada esperando a que pasase el siguiente.
En la ventana de un piso demasiado alto como para que la mirada de los transeúntes reparase accidentalmente en él alguien corrió un visillo.
– ¿Qué miras por la ventana tan concentrado?
– Es que me ha parecido ver un autobús parado ahí en frente.
– Anda, anda ¿qué dices? A estas horas ya hace rato que el servicio está interrumpido.