No aprenderemos nunca
Según las estadísticas, la mayoría de los ciudadanos españoles se inclina por una política de izquierda moderada. Sin embargo, nos gobierna un partido de derechas con mayoría absoluta y, tal como van las cosas, ese partido tiene fundadas posibilidades de ganar las próximas elecciones. Posibilidades que no son el resultado de los aciertos de su política sino de la tradicional división de la izquierda. Hubo un momento, en las elecciones autonómicas y municipales, en el cual se generaron esperanzas de un cambio de actitud que recordaba la unidad que reinó en los primeros movimientos sociales tras el 15 M: en la oposición a los desahucios, la defensa de la sanidad y la educación pública y en los movimientos vecinales se reunieron personas de diferentes edades, opciones políticas, situación social, perfil profesional. La razón de esta unidad hay que buscarla en el objetivo que perseguían: se trataba de conseguir resultados concretos: evitar un desahucio, defender la gestión pública de escuelas y hospitales, gestionar problemas locales. Pero no existían en esos grupos jerarquías ni organigramas de poder por los cuales luchar. Una unidad que culminó en el gobierno de algunas comunidades y ayuntamientos.
Pero están apareciendo señales de una nueva escisión que divide un movimiento que comenzó como un intento de superar la vieja política de privilegios e intereses personales y se convierte en partidos políticos que centran sus esfuerzos en discusiones sobre cuestiones de procedimientos, siglas y candidatos, dejando de lado los objetivos concretos que dan sentido a su existencia. Porque las actuales discusiones no mencionan siquiera posibles desacuerdos sobre los problemas que realmente importan: no hablan de la legislación laboral, de la política de empleo, de la política fiscal, de la cooperación internacional, de nuestra postura en la Unión Europea ni de ninguno de los temas que un futuro gobierno de izquierdas deberá abordar en caso de llegar al gobierno. En su lugar la estrategia electoral se convierte en el tema dominante, como si llegar al poder fuera algo más que una condición necesaria para cambiar la realidad.
Es conocida la razón profunda de este sectarismo propio de la izquierda: mientras la derecha tiende a conservar el orden existente, con reformas que se dirigen a fortalecerlo, la izquierda nace con una vocación crítica que se extiende a sus propias filas, convirtiéndose así en una enfermedad autoinmune. Y es más fácil superar o al menos disimular divergencias cuando hay mucho que conservar y mucho que perder que cuando se intentan otros caminos. Pero esto no puede convertirse en un pretexto para allanar el camino a viejas políticas. Hace cinco años, Stephan Hessel publicó su famoso manifiesto “¡Indignaos!”, exhortando a los jóvenes a reaccionar contra los poderes financieros y políticos que dirigen este mundo. Creo que es el momento de indignarse ahora por esta división de la izquierda: si es sincera la afirmación de Podemos y las otras fuerzas de izquierda reclamando que el poder lo ejerza “la gente” y que los dirigentes renuncien a dirigir la política según sus propios intereses, quienes formamos parte de esa “gente” tenemos derecho a exigirles que no pierdan esta ocasión, quizás única, de introducir alguna novedad en el inmovilismo actual de la vida política. No pedimos mucho: por supuesto que “la gente” no gobierna ni gobernará en ningún país del mundo. Pero los dirigentes deben comprender que les corresponde a ellos interpretar las señales que están enviado los ciudadanos y que, si no me equivoco, coinciden en postular la unidad de quienes no se limitan a pedir retoques sino a intentar –al menos intentar- otro tipo de política.
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Augusto, sé que éste no es el medio, y que seguramente ni me recuerdes (en realidad ni siquiera sé si llegarás a leer este comentario), pero por probar tampoco se pierde nada. Soy Luciano Bajo, y tanto yo como mi hermano Julio fuimos alumnos tuyos en El Carrascal. Ya hace 26 años de eso, pero tanto Julio como yo te recordamos como uno de los mejores, sino el mejor, profesor que hayamos tenido nunca. Me encantaría poder charlar contigo un día, por supuesto en persona y siempre que te apetezca y me recuerdes, claro.