Desmemoria histórica
“Los hombres y pueblos sin memoria, de nada sirven; ya que ellos no saben rendir culto a los hechos del pasado que tienen trascendencia y significación; por esto son incapaces de combatir y crear nada grande para el futuro.”
Salvador Allende
El Museo y Memorial de Auschwitz, el Parque de la Memoria en Buenos Aires, el Museo del Apartheid en Sudáfrica, o el estremecedor Museo de los Crímenes Genocidas de Phnom Penh… son solo algunos de los ejemplos de espacios creados para que los pueblos hagan catarsis colectiva, expliquen abiertamente lo sucedido y se perciba el arrepentimiento de unos y el perdón de otros. Para ello es absolutamente necesario que se muestren lo más neutrales posible, contando los hechos como si de un observador ajeno se tratara.
Si la mayoría de culturas de este mundo optan por estas herramientas sociales y culturales, ¿por qué en mi país no hay nada parecido, exceptuando pequeños monumentos de carácter local? Es un hecho que me produce una profunda sensación de desapego. Algunos dicen que sí, que tenemos un monumento de ese tipo: se refieren a uno que construyeron con mano de obra de vencidos esclavizados, donde lo que más destaca es un símbolo religioso que no representa a la mayor parte de un bando pero si del otro, y además debajo de ese símbolo solo están enterrados los jefes de los vencedores. Y muy importante: mientras se construía se seguía represaliando a los perdedores. No es ésta la única señal que nos recuerda quién fue el vencedor o evoca momentos de la contienda de manera arbitraria. No me imagino la calle de Augusto Pinochet en Santiago de Chile.
Cuando visito los campos de batalla cercanos a Pinto me pregunto por qué están todos en ese estado de abandono: ni una mísera placa que además de dar explicaciones a las nuevas generaciones, (no rebusquemos en las palabras) rinda homenaje a todos los que se quedaron allí por culpa de la sinrazón de unos pocos. No me cuesta imaginar a mi padre, casi adolescente, esquivando las balas con los olivos como único parapeto. Luchó con el ejército Nacional, porque nació donde nació y no en otro lugar. Estuvo en la Batalla de Teruel, nuestro Stalingrado ibérico. Aún vive pero no se acuerda de casi nada.
Una de las peculiaridades de esta guerra, es que si no existiera la barrera del tiempo, podría coincidir en la batalla con mi padre, pero en distintas trincheras.
En realidad no he dicho toda la verdad. Si que hay un pequeño museo, pero solo de la batalla del Jarama, tenemos la suerte de que está muy cerca de Pinto, en Morata de Tajuña. Es una pena que la administración se desentienda a pesar de que los dueños lo han ofrecido a la gestión pública. Aunque solo aborda un episodio de la guerra, es una joya, la única que tenemos. Se ha conseguido crear gracias al esfuerzo de personas apasionadas por descubrir los detalles de un hecho crucial que sucedió a las puertas de sus casas, desde las que se oía el fragor de la batalla más políglota y con el mayor poder bélico que había visto el mundo hasta ese momento.
La Guerra Civil Española es uno de los conflictos armados sobre los que más novelas se han escrito: más de 1.500. La repercusión internacional tampoco tuvo precedentes. Y en cuanto a las cifras… no es el momento, ni hay tiempo para analizarlas. Además tuvo una serie de peculiaridades que la han hecho ser digna de estudio, pero a pesar de todo, el trato que le dan algunos hace que parezca que no ocurrió aquí o que sucedió hace mucho tiempo.
Se me escapan los motivos que nos han llevado a esta situación. Me temo que la dictadura, por larga, enquistó y siguió alimentando los resentimientos de los vencidos y retrasó demasiado el momento del perdón de los vencedores, tanto que el orgullo ya no se lo permite hacer, por no hablar del síndrome de Estocolmo que esas décadas de NODO provocaron sobre la sociedad.
Otras veces pienso, triste y simplemente, que España es una sociedad feudal que ha pervivido hasta nuestros días disfrazada de modernidad.
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Un artículo muy interesante. Una historia de España muy abandonada. Enhorabuena Javi.