Elogio del ateísmo
Me permito tomar prestado el título de uno de los trabajos más brillantes del maestro, ya
fallecido, el embajador Gonzalo Puente Ojea, quizá la persona de nuestro país que más ha
aportado a la fundamentación teórica de esta posición ante la vida y ante el hecho religioso.
Y lo hago porque pretendo plantear una serie de puntualizaciones, precisiones y
ampliaciones a un reciente trabajo publicado en La Voz de Pinto bajo el título “Fe y ateísmo
en Pinto”.
En primer lugar me parece indispensable afirmar que el ateísmo militante supone una toma
de postura que pretende no dejar lugar a dudas y que manifiesta la intención de dar
respuestas a preguntas trascendentales sin inhibirnos ni ser equidistantes. Desde luego
que el ateísmo ante la pregunta de si Dios existe, responde de un modo claro que no. Y,
aún más, responde que Dios no existe ni puede existir, su existencia es ontológicamente
imposible.
Esta convicción de los ateos de que Dios no existe, como es lógico, aunque se sustenta de
modo científico, no supone una certeza absoluta o algo indudablemente comprobable en
un laboratorio. También creo que los ateos respetamos la postura agnóstica según la cual
se afirma que no nos es posible pronunciarnos al respecto de Dios y que bastaría vivir al
margen del hecho religioso, y de algún modo u otro “ignorar” la existencia o inexistencia de
la figura divina.
Desde luego, como el maestro Puente Ojea y muchos otros, pensamos que la creencia en
Dios, y la religión como consecuencia de esta, nace de los miedos atávicos del ser humano
y del terror que le produce conocer que la vida tiene fin, en definitiva, del miedo a la muerte.
Un hecho fundamental que diferencia a los hombres del resto de las especies del reino
animal, de las que solo es una más, es que la conjunción de procesos bioquímicos que
producen el pensamiento en nuestros cerebros ha conseguido que tengamos conciencia
de que existe un principio y un fin, de que hay un nacimiento y una muerte.
A esa conciencia de que nacemos y de que perecemos tenemos que añadirle, aunque
resulte muy paradójico, que no somos capaces ni de comprender los motivos por lo que
esto pasa ni de asumir que esta es una realidad insoslayable. Si a todo esto le sumamos
que en las sociedades primitivas nuestros antepasados vivían en un mundo mucho más a
la intemperie que el nuestro, es lógico que el terror ante un espacio exterior inhóspito y
salvaje les hiciera refugiarse en cuevas y crear unas figuras numénicas, en primer término
en forma de animales, a las que atribuían primitivas cualidades divinas.
Hay también que aclarar que en el mundo de tradición judeo-cristiana en el que vivimos se
tiende a oponer ateísmo a religiones que tienen que ver únicamente con la tradición
cristiana, en una especie de eurocentrismo religioso. Aunque es algo bastante claro, no
está de más poner de manifiesto que el ateísmo no es algo que tenga una relación directa
y unívoca con la negación del cristianismo, sino que tiene mucho más que ver con el
rechazo de la creencia religiosa más en general y siempre extensible a cualquier tipo de
religión.
Desde luego, y por más que quisiéramos negarlo, que en el mundo occidental, y más en
concreto en nuestro país, vivimos impregnados de un modo profundo en una tradición
cultural, para lo bueno y para lo malo, marcada por el cristianismo. Bastaría acudir al libro
del recientemente fallecido filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel “Las metáforas
teológicas de Marx” en el que demuestra como el pensador y revolucionario comunista
alemán, hijo de un judío convertido al luteranismo, utilizaba en sus escritos multitud de
metáforas procedentes bien de la doctrina bien de la liturgia religiosa judeo-cristiana. Por lo
tanto, considero infantil tratar de negar lo que es absolutamente real: en nuestras
sociedades, siglos de dominación del pensamiento emanado de la tradición judío-cristiana,
han dejado una huella difícil de borrar.
Muy distinto es ignorar la historia del cristianismo y tratar de obviar todas sus innumerables
páginas negras o ocultar las razones de su éxito en el seno del Imperio Romano. El principal
motivo del auge y la preponderancia histórica que ha conseguido el cristianismo en nuestras
sociedades es, en mi opinión, su capacidad para hacerse funcional al poder romano a partir
del siglo IV, primero con Constantino y definitivamente con Teodosio. Las versiones más
vulgares, pero por desgracia más extendidas, de la historia del cristianismo parten de
falsedades manifiestas como por ejemplo de la persecución casi masiva por parte de los
gobernantes romanos y de una entrega casi industrial de cristianos a las fieras. Cada vez
más historiadores serios reconocen que hubo persecuciones, si bien no se debieron
estrictamente al hecho de ser cristianos, pero fueron puntuales y no generalizadas. Como
manifestación más extrema de esta historia mítica inventada nos encontramos con aquello
de Nerón sacrificando cristianos en el famoso Coliseo de Roma, que por cierto, en vida de
Nerón ni siquiera había sido construido.
Y a esa capacidad de ser instrumental para el poder Romano se le dio continuidad a lo largo
de varios siglos hasta nuestros días. No trato aquí hacer escarnio ni una lista de errores y
horrores de los cristianismos en sus diversas variantes, pero si hay que mencionar los
múltiples concilios que se dieron y en los que, escudándose en debates bizantinos, se
purificaba la fe y, de paso, o más bien como objetivo central, se procedía a señalar y eliminar
a diversos enemigos políticos. Y que decir de las diversas inquisiciones, diversas porque
también hay que reconocer que esta institución, de uno u otro modo, no es exclusivamente
un hecho circunscrito a España.
Desde luego que considero el anticlericalismo, y mucho más una suerte de anticlericalismo
primario, es un error. Y, al mismo tiempo, comprendo que dentro del pueblo español el
sentimiento anticlerical haya sido siempre bastante fuerte. Los motivos de esta fuerza del
rechazo a la Iglesia y a los eclesiásticos son precisamente el mayoritario apego al poder y
su más que demostrada defensa casi irrestricta de las clases dominantes. También está
muy claro que siempre han existido muchos ejemplos de religiosos y religiosas que se han
puesto del lado del pueblo y han interpretado sus creencias religiosas desde el punto de
vista de la defensa de la justicia social, pero esa colaboración necesaria de la cúpula de la
Iglesia católica con regímenes dictatoriales y que explotaban al pueblo ha dejado un poso
cultural y de rechazo en nuestro pueblo.
El convencimiento de que Dios no existe y de que el cristianismo es un constructo religioso
que fue elaborado fundamentalmente por Pablo de Tarso a partir de la idealización de un
figura de la que no tenemos pruebas fehacientes sobre su existencia real como es un judío
ortodoxo llamado Jesús de Nazaret, también conocido como El Cristo, no quiere decir que
se condenen todas las prácticas de todos sus discípulos en siglos posteriores o que se
nieguen aportaciones evidentes en la esfera intelectual y moral a ellos asociadas. La
negación radical de la posibilidad de la existencia de Dios no significa que se condenen
todas las obras de personas que dicen actuar siguiendo sus enseñanzas.
De todos modos pienso que casi todas las virtudes que se entienden como incorporadas al
bagaje ético y moral a la historia humana por parte de la tradición religiosa en general, o
cristiana más en particular, no son una creación propia de cada una de las religiones en
cuestión, sino que han sido incorporadas y/o reelaboradas por estas. Pese a eso, considero
positivo que la religión, y en particular alguno de sus fieles, hayan servido como altavoz o
como elemento de extensión de actitudes y valores positivos: rebelión ante la opresión,
justicia social, derechos sociales, igualdad, respeto entre los seres humanos o rechazo de
la guerra y la violencia.
Desde la más absoluta ausencia de fe creo que debo proclamar mi más total respeto a las
personas que tienen fe, aunque, al mismo tiempo, me parece que la fe no tiene ningún tipo
de cabida en el marco de la razón ni hay relación posible con esta. Tampoco creo que sea
posible eso que Gustavo Bueno llamó “catolicismo ateo”, una especie de oxímoron en el
que se pretenden sublimar una serie de valores que en muchos casos no son reales y en
otros son, como mucho, son prestados de otras tradiciones culturales.
Sin imposiciones ni de unos ni de otros, sin anatematizar ni perseguir, estoy convencido
de que la razón se abrirá paso en la historia de la humanidad y se demostrará que el ser
humano es portador de valores superiores que no necesitan de dioses ni de religiones para
materializarse en el único paraíso que podemos conocer y construir con las herramientas
que están a nuestra disposición.
Carlos M. Gutiérrez