En defensa del estado laico
Juzguen ustedes si no nos ha caído encima un turbión, un tornado retorcido que todo lo pone patas arriba. Señoras y señores: arriba tiene que estar la cabeza y el corazón, no las patas. Las ha sacado de su plato todo un cardenal y arzobispo, cuando ha preguntado si todos esos refugiados son “trigo limpio”. Quien esto firma le ha tenido que responder en las redes que NO. Son trigo, pero no limpio porque los han arrastrado por el barro y la desolación, especialmente las archicatólicas Hungría y Polonia, y la neo-retro liberal Europa, tan cristiana ella. Palabras y actitudes como esa, perpetradas por quienes se dicen creyentes, han arrojado ese trigo de la mesa de Dios, aunque lo hagan arder como paja en sus trabajos de miseria, y se los coman como pan blanco en sus economías “de mercado”.
No son trigo limpio porque quienes se han saltado a la torera los convenios internacionales de acogida al refugiado, han pateado su propia dignidad al saltarse el derecho y patearles la dignidad. Aún no entiendo como el Papa Francisco no ha ejercido su influyente mediación sobre los dos estados mencionados y, de no ser escuchado, no ha declarado excomulgados a los dirigentes políticos. Abrir parroquias sí, como un gesto al sol. Pero cerrar fronteras de modo que impida la llegada a esas parroquias también.
Ya sé que ni los países musulmanes ni la ortodoxa Rusia neo-zarista les abren tampoco sus puertas, claro ejemplo de unas religiones que olvidan a Alá, El Misericordioso, al mismo tiempo que a Aquel otro que dijo “Misericordia quiero y no sacrificio”. “Los nuevos bárbaros”, tituló Todorov su ensayo sobre aquellos que rechazan al diferente. Bárbaros son, no los que nos llegan tratando de escapar de la muerte, sino los que les dan con la misericordia en las narices por parte religiosa, y con el derecho de geometría variable, a medida de los intereses, como estacazo político en la cabeza.
Ahora, sólo ha faltado la declaración del Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, sobre la intención que tiene su partido de denunciar el Concordato, anterior a la Constitución, revisar convenios y sacar la clase de religión como asignatura computable de las aulas, para que le den un nuevo y violento giro a su tornado. Reiterado intento que nos frustró a muchos. Ha bastado una declaración de intenciones para que salga, lanza en ristre, el PP, y a su cabeza de embestida el ministro del Interior junto al de justicia. Uno puede comprender que el de interior, con su mentalidad opusdeísta a cuadros, ignore la Constitución cuando la cita. Pero que el de justicia no le corrija parece un dislate. Ambos deberían conocerla al dedillo.
Dice el ministro del Interior que el artículo 16 regula que los padres tengan el derecho a decidir sobre la educación religiosa que reciben sus hijos. Parece un lapsus “mántrico” o “rosarial”. De tanto repetir la letanía se les ha quedado grabado el error. Los tres puntos de ese artículo no garantizan eso, sino “la libertad ideológica, religiosa y de culto”; la no imposición a “declarar sobre la propia ideología, religión o creencias”, y, en su punto tercero, que “ninguna religión tendrá carácter estatal”. A un servidor le sobra la segunda parte de ese punto cuando señala que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la iglesia católica y las demás confesiones”.
Me sobra, y habría que modificar la Constitución al respecto, no sólo porque considero que desde las dos vertientes, la confesional y la pública, deben mantener una clara independencia, de modo que la “cooperación” invocada no afecte a la igualdad de derechos, ni a la inyección económica a una parte privilegiada con el dinero de todos, y no me refiero aquí a la declaración de la renta, incrementado en porcentaje por Zapatero para vergüenza de muchos. Todas las confesiones religiosas deben sostenerse con sus propios recursos; todas ellas deben contribuir a los impuestos de toda la sociedad; sus ministros de culto, y su propio profesorado, no debe ser mantenido con los dineros de todos; la acción social de las diferentes confesiones religiosas, debe estar soportada por sus aportaciones voluntarias.
La opción preferencial mostrada para con la iglesia católica se hace derivar de las pretendidas “creencias religiosas de la sociedad española”, que por asociación se vinculan al catolicismo. Miren ustedes, si se analizan los dogmas fundamentales de la iglesia católica, la organización jerárquica de la iglesia, su “teología práctica” o manera de estar en el mundo, y se pregunta, en confianza, a todo aquel que se dice católico, si creen razonadamente en cuestiones puntuales, entonces comprobaríamos cuántos en ese censo pueden ser calificados como católicos y cuántos no.
Sr. Ministro del Interior, no es el artículo 16 de nuestra Constitución el que menciona “el derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”, sino el 27 en su punto tercero. Es verdad que el punto primero reconoce la libertad de enseñanza, pero de ahí no se deriva que una confesión religiosa sea libre, aunque pagado su profesorado con el dinero de todos, para impartirla en horas lectivas y evaluable para el cómputo de la nota que permita o no la elección de carrera.
Pero es en el punto segundo donde se determina que “la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”. No tengo duda alguna de que la dimensión religiosa de la existencia humana, con arreglo a una determinada confesión, puede ser considerada por algunos como parte sustancial de la personalidad. Tampoco pongo en duda que, puestos a elegir, habría padres que optarían por la defenestrada filosofía que enseña a pensar con dignidad responsable. Pero de lo que no cabe duda alguna es que el texto de nuestra Constitución se refiere a ese “pleno desarrollo” encontrado “en el respeto a los principios democráticos y a los derechos y libertades fundamentales”. Por eso, es de todo punto rechazable que este gobierno del PP haya incumplido este punto de la Constitución al retirar del currículo la Educación para la Ciudadanía, asignatura por cierto implantada en toda esa Europa retro-neo liberal.
Ya ven ustedes, en la propia Constitución, equivocadamente invocada por el ministro de la Ley Mordaza, ya tenemos el argumento que respeta, sí, la garantía del derecho que asiste a los padres, pero sin que el ejercicio de ese derecho contemple la asignatura de religión incluida en las horas lectivas, desplazando a otras materias, ni tampoco que sea evaluable para la nota media. Lo que sí recoge, no el derecho sino el deber, es que los poderes públicos determinen la enseñanza “en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales” como asignatura.
Hace unos días, en el Ateneo de Madrid nos hablaba del laicismo un ilustre conferenciante cuyo nombre omitiré, cifrando su origen en el modelo francés, cosa en la que estuve y estoy absolutamente de acuerdo. Sin embargo, me permití y me permito llevar esos orígenes hasta el mundo griego antiguo: El “laos”, el pueblo todavía no auto organizado que depende del señor del lugar, “laos” que será “demos” cuando, ya organizado, se dé el “nomos”, las leyes de que habla Platón en su último tratado. El “laos” griego es la palabra de origen del laicismo, según sostiene Rafael Díaz-Salazar en su libro “España Laica, ciudadanía plural y convivencia nacional”, como “demos” es la palabra matriz de democracia. Laicidad inclusiva es el sistema que el pueblo se da a sí mismo para convivir; “Laos” es el “pueblo” del que Heráclito habla como “los más”, entonces y quizás ahora dominado por los menos; “laos” es el pueblo por el que los Evangelios muestras su preferencia, el “laos tou Theou”, el pueblo de Dios, los entonces ignorantes de la ley de los escribas y de los fariseos a los que el mismo Jesucristo llamaba “hipócritas” y “sepulcros blanqueados”.
Laicidad, como estado, y laicismo como lugar social escogido, donde la parte sirve al todo, y donde los cristianos también pueden militar sin renunciar a sus espacios sagrados, y ejercer la solidaridad, mano en mano con otros que pertenezcan a diferentes confesiones, sean también agnósticos o ateos con talante ético, es el espacio común a cultivar en una sociedad compleja como la nuestra, sin tajada preferencial para los levitas que eran los primeros en meter su gancho en la olla de la carne. Se llama “laicismo inclusivo”, no excluyente; creencias que a nadie se imponen, sino se muestran en la manera de vivir; mano tendida a un trigo limpio que manos sucias mantienen en el barro. Entérese señor cardenal. Sépanlo, señores y señoras del PP, en sus “sagradas formas y maneras”.
2 Comments
Angel Martínez Samperio. España estamos falta de personajes que nos cuente la realidad. Le doy las gracias y siga escribiendo sus artículos.
Infumable como siempre. Llegar al segundo párrafo ya ha resultado un ejercicio de paciencia pero esta se agota y de ahí no he podido pasar.
Tras padecerte en el Punctum del Siglo XXI compruebo que sigues igual de pedante y con la necesidad de demostrarnos cuanto dominas el idioma.