¿Esta es la Europa que queremos?
Siempre me han dicho que soy muy pesado contando historias, propias o aprendidas, que parezco un abuelo cebolleta. Puede que tengan razón, pero si algo he aprendido en esta vida es que el pasado, propio o ajeno, nos puede ayudar a entender el presente y a dar los pasos correctos en el futuro. Pero parece ser que este no es precisamente uno de los principios que rige los destinos de nuestro país ni de esta vieja Europa.
Cuando era un niño, no me cansaba de escuchar las historias que mi abuela me contaba sobre nuestra familia, sobre nuestro pasado. Historias de aventuras, de amores, de una familia que pasó de ser parte de la aristocracia novecentista de este país a ser protagonistas del cambio social y político que sufrió nuestro país en la primera parte del siglo XX. De aquellas historias mi abuela ponía el énfasis en aquellas que relataban sus peripecias durante la guerra civil, ya que fueron las que vivió en primera persona. Las que más me impactaron siempre fue cuando contaba como su madre, desesperada por el asedio y los bombardeos, tomó la decisión más dura que puede tomar una madre: Enviar a sus hijos en un tren a Valencia donde embarcarían en un barco rumbo a la URSS. La descripción de aquella estación de tren atestada de familias enteras despidiéndose de sus hijos con la esperanza de enviarlos a un lugar mejor, más seguro, a pesar de que muy posiblemente no volverían jamás a ver, la descripción de cómo se sintió ella, que era la mayor y sabía todo lo que estaba pasando a su alrededor, y su madre se me quedó grabada en la memoria a fuego. Finalmente, ya en el andén, mi bisabuela se arrepintió y decidió que pasase lo que pasase seria juntos. Gracias a esa decisión hoy estoy aquí escribiendo estas palabras en castellano y no en ruso.
Pues bien, estos días estamos viendo como día tras día se van sucediendo imágenes que nos debiera remover la conciencia a los países que no hace tanto sufrimos la peor época de guerras que el mundo moderno ha conocido. Ver como miles de personas, mujeres, hombres y niños, huyen de la guerra, de la miseria y de la muerte, arriesgando la vida para dar un futuro de esperanza a su familia, ver cómo llegan hasta nuestra querida Europa exhaustos, sin nada, solo con lo puesto, sin más equipaje que sus miedos y el horror de la guerra marcado en la mirada, nos debería hacer recordar lo que hace no muchas décadas sufrieron nuestros padres y abuelos aquí mismo. Sin embargo lo único que Europa y sus gobernantes han mostrado hasta la fecha ante la crisis de refugiados más grande desde la II Guerra Mundial, ha sido una deshumanización pavorosa. Meses de discusiones, de negociaciones, de cifras de personas, de levantar muros y reforzar fronteras, mientras miles de personas pierden la vida intentando llegar al sueño europeo huyendo de la guerra. Casos como los de los últimos hundimientos de barcazas con cientos de personas encerradas en sus bodegas, los camiones repletos de personas abandonados a su suerte, o las avalanchas sobre la frontera húngara de los refugiados sirios e iraquíes, no han hecho mella en nuestros dirigentes. Los mismos que hace cuatro años alentaban las revueltas en Siria y apoyaban económica y militarmente a cualquier grupo que se declarase contrario al régimen de Al Assad, sin profundizar en las motivaciones de estos, ha creado un monstruo que poco a poco se ha apoderado de parte de la región y siembra el terror en toda la zona. Ante esta situación, la población civil que huyo de la zona y fue internada en campos de refugiados en los países limítrofes ha ido desplazándose en busca de seguridad hacia la referencia de paz y prosperidad más cercana que tienen: Europa. Y esta, lejos de asumir su responsabilidad en la situación que atraviesan estas miles de personas, les trata como apestados, como un problema del que nadie se quiere hacer cargo y que a todos molesta.
Lo más preocupante es que esta situación la están aprovechando los partidos de corte neonazi o de extrema derecha que han mantenido viva la llama de la xenofobia y el racismo para medrar. Han encontrado un caldo de cultivo perfecto en la crisis económica que azota el sur de Europa que unido a la avalancha de refugiados provenientes de la guerra de Siria e Irak han aprovechado para volver a enarbolar la bandera del rechazo al inmigrante. Bajo este discurso, los partidos como el FN Francés o los partidos de ultraderecha del Norte de Europa están consiguiendo cuotas de poder insospechadas hace quince o veinte años y una parte de la población ve con recelo e incluso rechazo a estas personas. Les han inculcado el miedo al diferente, al que viene de fuera con el argumento de que absorberán los pocos recursos que las sociedades capitalistas nos permiten disfrutar y que ahondaran más si cabe la situación de necesidad de los más desfavorecidos de cada país.
Frente a este discurso hay que hacer un llamamiento a toda la ciudadanía europea para que exijan a sus gobernantes el respeto por los derechos humanos y que asuman su responsabilidad en las causas que han hecho a estas personas abandonar su hogar. Debemos luchar porque la ciudadanía entienda que es de justicia que ayudemos a estos refugiados y reclamar bien alto el derecho de todos a disfrutar de los derechos recogidos en la Carta de los Derechos Humanos de la ONU (http://www.un.org/es/documents/udhr/index_print.shtml), que entre su articulado declara que:
Artículo 14.1. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
Artículo 22. Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.
Y sobre todo deberíamos recordar que no hace tanto tiempo éramos nosotros los que huimos de la guerra, el hambre y la persecución, que muchos países nos abrieron sus puertas y que otros tantos nos trataron como apestados, y que no deberíamos caer en los errores en los que estos países cayeron, porque estamos condenando a miles de inocentes al sufrimiento y estamos dando pábulo a ideas que nos llevaron al desastre y el horror en otros tiempos. Demostremos que no olvidamos nuestra historia, y lo que es más importante, que no olvidamos nuestra humanidad.
3 Comments
Necesitamos soluciones políticas. Una para dar cobijo provisional. Dos para penalizar a los que han provocado esta diáspora mediante la permanencia en este éxodo, para que lo solucione. Además reivindicar el mantenimiento del derecho europeo a la libre circulación de personas, igual q lo hacen los capitales.
Estoy contigo en que hay que encontrar soluciones. Es un problema muy grave.
Pero la libre circulación de personas es en Europa y Siria no esta en Europa,si abrimos las fronteras de par en par puede que también entren personas que no sean refugiados, sino representantes de grupos terroristas que lo que vienen hacer a Europa no es precisamente a labrarse un futuro mejor.
Todo eso esta muy bien, pero quien se hace cargo de los costes que producen esos refugiados? Donde van a vivir?,donde van a trabajar? (España tiene una tasa de paro del 20%) o van a vivir de ayudas internamente. Esta claro que hay que hacer algo pero estamos preparados para acojer con garantías tal magnitud de población?.
Recuerdo no hace tanto los altercados de Senegaleses con los Mossos en Cataluña. Todas estas personas tienen que comer, dormir bajo techo, asistencia sanitaria, educación….
Y a las familias españolas que apenas llegan a fin de mes…
Primero tendríamos que plantearnos poder restablecer todos los servicios esenciales a los que ya están aquí que empezar a acojer población sin garantías de nada.