Y ganó el miedo
El pasado 26 de junio 34.594.939 españoles estaban llamados a las urnas para depositar su voto y su confianza en cualquiera de las opciones políticas que se presentaban. Esa misma noche los resultados arrojaban que más de un 30% del electorado volvía a depositar su confianza en el Partido Popular, lo que dejaba a los populares 137 escaños en el Congreso y una amplia mayoría en el Senado. No era sorpresa, si uno toma como referencia todas las encuestas realizadas hasta días antes de las elecciones, en todas aparecía el Partido Popular como el partido con más apoyo por parte de los votantes, seguido de Unidos Podemos, PSOE y C’s en este orden. A falta de contabilizar el voto por correo, las elecciones reflejaban que ese bipartidismo, a veces muerto y tambaleante por los medios de comunicación, no estaba tan muerto, y el tambaleo un simple baile que, al dejar de sonar la música, ha dejado sentados y afianzados en sus respectivos sillones a los dos históricos partidos de nuestro joven régimen constitucional. Mientras, Iglesias y Rivera han observado como los españoles, que somos mucho de refranero, hemos preferido esa máxima que dice que más vale malo conocido que bueno por conocer, aunque el malo asfixie pero no ahogue.
La ignorancia que nos rodea es palpable y, a veces, hasta huele, por desgracia. He leído a bastante gente en redes sociales exponer el siguiente mensaje: “la ignorancia no se vence con títulos universitarios o de otra índole, la ignorancia se vence con curiosidad” y la curiosidad va más allá de lo que se percibe a simple vista, ya sea en la pantalla de la televisión o de nuestro propio teléfono inteligente. Para vencer esa ignorancia hay que querer cambiar, seguir los mismo pasos no nos llevará a conocer nuevos lindes. Comprobar la veracidad de la información que nos llega, ser nosotros nuestro propio filtro para aquello que los medios nos transmiten. Indaguemos más, perdamos el miedo a preguntar, perdamos el miedo a saber más de lo que nos rodea, de lo que hace mover el mundo y de su porqué.
Sin embargo, una de las cosas más tristes de esta democracia sin duda, es esa parte de la población que (orgullosa de ello o no) opta por la abstención. La palabra correcta para definir a esos más de 10.000.000 de personas que durante el domingo no ejercieron su derecho al voto, es idiotas, sí, idiotas. Esta palabra tan usada hoy en día para denigrar la inteligencia de una persona se utilizaba en la Grecia Antigua para describir a aquel que solo se interesaba por sus asuntos privados, obviando y olvidándose de la actividad pública y de la política. Y sí, la política está en todo y forma parte de todo, queramos abrir los ojos para verlo o no.
La resaca de estas elecciones ha sido bestial, como si de una fiesta de graduación se tratase, como si despertásemos en medio de un páramo y sin saber en qué momento de la noche se nos fue el asunto de las manos. Esto ha tenido su reflejo en las redes sociales donde hemos podido encontrar disputas y debates entre los electores de unos y de otros como si el resultado de un partido de fútbol se tratase, banalizando una vez más la política, llevándola a un terreno familiar y conocido, donde todos se sienten tranquilos, donde siempre hay ganadores o perdedores y donde uno puede ridiculizar al otro mientras al mismo tiempo pide respeto para sí mismo por lo que ha votado, todo un galimatías. La misma autocrítica que ahora piden para los perdedores hubiera sido beneficiosa aplicarla antes de introducir los sobres en las urnas y descubrir que el pastel y el cuchillo siguen en las manos de los mismos. Esperemos que estos cuatro años pasen rápido, porque de esa crisis financiera que estalló hace ya 8 años aún estamos intentando pegar los platos que se rompieron.
2 Comments
¿Y quién es más “idiota” el que no va a votar, el que va a votar y mete una loncha de chorizo para hacer la gracia o el que simplemente vota a lo que “ha votado toda la vida”, o, a lo que vota su familia y después no quiere saber absolutamente nada de nada durante el resto de la legislatura? Reflexionemos.
Cuando el insulto sustituye al argumento la tolerancia se debilita. La abstención es una opción tan válida como cualquiera y una manera pacífica de mostrar nuestro descuento y como dijo Gandhi: “El descontento sano, es el preludio del progreso. Y, el odio y la intolerancia son los enemigos del correcto entendimiento”.
No votar no es de idiotas, es de desencantados, de personas hartas de que las utilice un sistema defectuoso y corrompido. Tal vez, un camino diferente para pedir/lograr un país mejor.