“Israel lleva 70 años cometiendo crímenes contra la humanidad”
A diario vemos cómo cientos de palestinas flanquean muros invisibles con sus cuerpos. No portan armas, no van uniformadas, no visten chalecos antibalas. Si acaso un puñado de piedras y una honda les cuelga de las manos. Sus cuerpos, detrás de finas capas de tela -camisetas, kufiyyas y banderas-, se exponen al silencio. Lo enfrentan. Lo embisten. Lo atraviesan. Muros sucesivos de silencio, de argamasa tan densa como invisible, se erigen en la franja de Gaza los barrios árabes de al Quds (Jerusalén) y toda Cisjordania alejando a las palestinas de los naranjos, las tierras fértiles, los riachuelos, el sosiego…
Cada muro de silencio es un vacío inexpugnable que multiplica sus sombras, una frontera que limita con la Nada irreversible. Cada palmo de tierra, cada paso, cada cuerpo. Obstinadas, sus frentes color de olivo, descerrajan uno a uno los muros del miedo, salvan el vacío a cada instante; avanzan incontestables, con un latido de paz y de rabia desbocando sus gargantas, hacia los destellos fríos que les apuntan desde el horizonte. Exigen retornar a su hogar y ejercen su legítimo derecho a la resistencia. Claman paz. Son una nube que esparce sobre la tierra inerte un grito nutritivo, que intenta florecer la vida, de nuevo, sobre los restos que deja la muerte.
Un enjambre humano de niños, madres y abuelos desafía los muros de la injusticia, del Apartheid, del supremacismo, y los tumba, exponiendo cada vez más sus fibras y sus tejidos al azar de los destellos fríos, sin miedo y con miedo, sin paz, y, por ella. Los muros de silencio, a su caída, dejan ruinas que atruenan estrepitosamente, resquebrajando, cada vez más, el cristal que protege la Mentira Sionista. Haitham Al Jamal es uno de esos cuerpos que atraviesan muros. Tiene 15 años. Sus abuelos vieron a los israelíes dinamitar viviendas con familias dentro, aldeas con viviendas con familias dentro, barrios con hogares con familias dentro. Los padres de Haitham vieron cómo un lanzallamas puede reducir a ceniza un cuerpo en apenas un minuto. También vieron cómo se pueden arrancar las raíces y las flores de un arbol genealógico en sólo una noche.
Haitham ha visto caer fósforo blanco sobre sus hermanos. Haitham ve a diario cómo el ejército israelí dispara balas prohibidas, proyectiles prohibidos, por la ley internacional, impunemente. Las armas biológicas e ilegales de Israel (¿por qué será?) no se investigan, no se condenan. Haitham, con 15 años, atravesó una hilera de muros de silencio, el 8 de junio de 2018, en la franja de Gaza. Y ahora, yace con la boca llena de silencio, con 15 años, asesinado por un francotirador israelí, sin hogar, sin paz, sin vida. Los muros de silencio asesinan a seres vivos, a seres humanos, a pueblos enteros. Ellas resisten a flor de piel, en carne viva, a grito descubierto. ¿Nosotras?