La belleza de los toros
Tras la muerte del torero Víctor Barrio, se ha reabierto en la sociedad el debate sobre el carácter cultural de la tauromaquia, acerca de si las corridas de toros son un vestigio de una actividad en declive o una tradición a preservar.
Es indudable que la denominada fiesta nacional hunde sus raíces en los profundos orígenes de nuestra historia. Durante siglos, aunque se han ido introduciendo cambios, los españoles han podido asistir a este evento y se ha glorificado a los matadores de toros. Sin embargo, ese orgullo colectivo se percibe, con el paso de los años, cada vez más tímido. Algunos taurinos aluden a una campaña de desprestigio feroz en medios de comunicación, otros a la «ignorancia y desprecio a una cosa que ha sobrevivido siglos y que puede ser absolutamente bellísima, una metáfora de la vida y de la muerte», como sostiene el conocido cantautor y poeta español Joaquín Sabina.
Cuando el pasado 9 de julio fallecía Víctor Barrio, en plena faena, a causa de una cornada en el pecho, las redes sociales se inundaron de multitud de expresiones de alegría por el trágico suceso. A la vez que muchos usuarios, taurinos o no, las redifundían denunciando su falta de sensibilidad humana. No obstante, no faltaron quienes aprovecharon para desprestigiar a los y las antitaurinas y sus razones, además de, ya de paso, intentar blanquear sus aficiones. La verdad es que a pesar del ruido que se está generando alrededor de este tema en defensa de los toreros e, incluso, de la justicia, la Policía ya está investigando posibles delitos en determinadas proclamas de odio. Algo que sería muy beneficioso democráticamente que ocurriera siempre en casos de este tipo, aunque la realidad sea que hay sesgos marcados a la hora de valorar legal, política y jurídicamente las alusiones agresivas en la red. Así pues, y siendo éste otro tema de estudio, por mucho desalmado que haya y por mucho repliegue taurino que aproveche el rebufo de manifestaciones inhumanas, el dilema sobre la tauromaquia continua vivo, tanto o más que antes.
Ese debate tiene que ir más lejos de los puestos de trabajo que genera, pues hemos de elegir el modelo que queremos para nuestro país. Debe superar las denuncias de abolicionismo, ya que el propio hecho de que se den exaltaciones violentas como las que han generado tanto rechazo estos días nos debería empujar a estudiar adónde, por tanto, nos llevaría un liberalismo radical. En la controversia acerca de las corridas de toros también tenemos que mirar más allá de la tradición, puesto que la cultura la fomentan los individuos pero también la época y las costumbres. Y habremos de dirimir si la belleza se encuentra, como dice Sabina, en esa «metáfora» sangrienta protagonizada por un animal que será torturado hasta la muerte; o bien, si la cultura se manifiesta en los lienzos, esculturas, versos y escenarios.
El toreo es, sin duda, un trabajo legalizado en España y los taurinos tienen absoluta legitimidad; pero eso no asegura la pervivencia de este espectáculo. Por tanto, quienes no sentimos alegría alguna por la muerte de ningún ser humano, pero que, a su vez, tampoco celebramos ni nos entretenemos con el martirio provocado a un ser vivo, esperemos paciente y, a la vez, activamente. Ésta es una disputa cultural, y generacional, y somos mayoría. Tenemos que estar dispuestos al debate, con argumentos y sin complejos. Porque, como también dijo Sabina, «no discuto con antitaurinos porque tienen razón». La belleza de la tauromaquia residirá en el B.O.E. el día, y solamente a partir de ese día, en que este país acepte que la cultura es otra cosa muy distinta y que los maestros están exclusivamente en las escuelas.