Que la fuerza te acompañe, es Navidad
Y llegó la Navidad, tiempo de paz, felicidad, concordia, familia… De comilonas, brindis, buenos deseos y promesas que duran hasta que se acaba el roscón. Pero es tiempo también en el que los amantes de los brillos, los excesos, del recargo y de la estética kistch (pretenciosa, cursi, de mal gusto o pasada de moda) se multiplican por metro cuadrado.
Me gustan las tradiciones navideñas. Eso a pesar de que algunos se empeñen, año tras año, en traspasar la delgada línea que las separa del mal gusto. Incluso a pesar de que los turrones, polvorones y demás desmadres calóricos nos supongan los tradicionales dos kilos de más. Sí, me gustan.
Porque, ¿de verdad nos conformamos con un árbol de uno o dos colores cuando podemos tener en casa el alumbrado de la Feria de Abril en pleno Diciembre? Y me surgen aún más dudas. ¿De verdad es necesario salir a la calle con cuernos de reno o peluca azul? ¿Esto es Navidad o el anuncio del 11811?
¿Es necesario que por las ventanas de tu casa se estén colgando varios gordos vestidos de rojo en plan suicidio colectivo? Si es que se nos va a mano a veces, pero qué más da, estamos en Navidad ¿no?
En cuanto al famoso caganet, me ahorro explicaciones… sólo desearle ánimo. Estar en esas condiciones un mes no creo que sea agradable para nadie, pero es que nada como tener un muñeco con el culo al aire en casa para recrear la magia de estas fechas. Aunque mis ganadores absolutos a la horterada y al mal gusto, son aquellos amables vecinos que le ponen tanto énfasis en la decoración de la casa que son imposibles de admirar excepto en el caso de que leves a mano unas gafas de soldador. Y si, los hay…
Parece que en esta época vale todo, que hay barra libre de “brilli brilli” y que está permitido adaptar nuestros hábitos decorativos, vestuario y comportamientos navideños al mal no, peor gusto, pero eso es ya tradición también.
Y después de esta reflexión, solo me queda desearos una cosa, ¡Feliz Navidad!