Los políticos antiempáticos
“El que no es capaz de ponerse en el lugar del otro no está bien adaptado, aunque en estos tiempos no pasa nada: uno puede llegar a ser presidente de un banco o llegar a ser político. En la Prehistoria esta incompetencia les habría costado la vida”
Juan Luis Arsuaga. Catedrático de Paleontología de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Centro UCM-ISCIII de evolución y Comportamiento Humanos.
“¿Qué empatía voy a tener yo que, como dicen en Jaén, soy un apañado?”.
Cristóbal Montoro. Economista. Actual ministro de Hacienda y Administraciones Públicas de España.
Al igual que los físicos teóricos sueñan con encontrar la teoría del todo, esa ecuación que unifique las cuatro fuerzas fundamentales y dé sentido al universo, las personas con inquietudes políticas solemos divagar durante nuestras tertulias de café buscando el matiz que nos convierte en conservadores o progresistas, de izquierdas o de derechas… y ciertamente, lo tenemos más complicado que Stephen Hawking. Pero algo sí que nos hemos acercado a esa meta, o al menos eso creemos, y es que una de las esencias que nos definen políticamente es nuestra capacidad para empatizar, es decir, hasta qué punto somos capaces de entender las necesidades de los demás como si nosotros mismos estuviéramos en su lugar. Esto es algo de vital importancia en una actividad que todos definimos como servicio público, si no es así, sería lícito sospechar que existen intereses espurios.
Y si de esa Teoría del Todo podríamos extraer el resto de interacciones, de la empatía extraemos el altruismo, la compasión o la cooperación… y de éstas la lealtad o la dedicación a los demás. Por contra, de su carencia podemos deducir el egoísmo, la indiferencia, la frialdad… y de éstas el desdén o la frivolidad. Es fácil distinguir (o eso entiendo yo cándidamente) estas derivas en muchos de nuestros políticos.
Curiosamente en la Grecia actual la palabra empatía “εµπάθεια” es un falso amigo cuyo significado es ni más ni menos que aversión, rencor, odio.
La empatía puede marcar la diferencia entre un buen profesor y otro que se limita a repetir los temarios como un loro, entre un buen médico y otro que sólo tiene claro el medicamento que te va a recetar, entre un político que intenta evitar una guerra y otro que pida el bombardeo e invasión de un país sin quitársele de la cara una extraña sonrisa. En este último ejemplo puedo haber estado desacertado, a lo mejor hay algo más grave aparte de una clara falta de empatía.
El mundo de la política se ha tecnificado demasiado, hasta el punto de que en algunas tendencias los políticos empáticos no tienen encaje, resultan incluso inadecuados. De este modo las personas a las que sirven han pasado a ser números, meros objetos estadísticos carentes de personalidad. Se crean incluso grupos enteros que se comportan de manera arrogante en los plenos municipales e incluso en el congreso.
Montoro dijo lo que dijo precisamente porque no siente empatía hacia todos (hacienda somos todos) y lo suelta sin más, no se da cuenta de que aquellos que sufren sus políticas y su frivolidad a la hora de dar explicaciones en público, se pueden sentir heridos por estas afirmaciones y pensarán que no sólo les desprecia, sino que además ni se da cuenta de ello. Por lo menos él lo reconoce, si todos los políticos que se ajustan a ese perfil lo reconocieran, por fin entenderíamos por qué se muestran tan de acuerdo con que el sistema aplaste a los débiles, a los que han tenido mala suerte o simplemente a aquellos que no han sido muy ambiciosos. Para ellos, los desfavorecidos no lo son tal; más bien son inadaptados, ineficientes, poco capacitados y, en bastantes ocasiones, parásitos de la sociedad que se benefician de la riqueza que ellos crean. Por cada uno de esos posibles parásitos están dispuestos a sacrificar a cien personas decentes, está escrito en sus genes.
Llegan nuevas citas electorales y, al igual que ha sucedido en las recientes de Andalucía, volverá a haber un baile de encuestas de intención de voto, se dirá que son certeras o que no se puede uno fiar, que no están cocinadas o que se nos han pegado a la sartén. Propongo que cambien el método, que a través de las preguntas se determinen los niveles de empatía de los encuestados, en base a esos datos seguro que tendremos encuestas más fiables, veríamos que realmente la inmensa mayoría no deseamos que suban al poder políticos que producen “εµπάθεια” por su falta de empatía con las personas a las que pretenden gobernar.