Portavozas y Periolistos
Al parecer, defender el uso de la palabra “portavoza” es un error mayúsculo, suficiente para calificar a Irene Montero como carga pública (aquí hay que reconocerle el ingenio a Carlos Herrera, que ya aprovecha para soltar su comentario machista de turno sugiriendo que ocupa el cargo que ocupa por ser o haber sido pareja de Pablo Iglesias). Estamos pues ante una metedura de pata gravísima, un atentado contra la lengua de Cervantes solo comparable a tomarte una Coca Cola en la cantina del congreso de los diputados o bañarte en una piscina el día de tu cumpleaños.
Dicho de otra manera: se trata de una tropelía imperdonable porque lo ha cometido una persona de izquierdas que encima es mujer y se declara feminista. ¿Y por qué me aventuro a afirmar tal cosa? Pues por la sencilla razón de que no es la primera vez que pasa, y en función de quién la diga, la expresión puede ser demonizada con saña o celebrada con todo el alborozo del mundo.
Tomemos como ejemplo la expresión “lideresa”: lideresa, como femenino de líder, además de un extranjerismo, puesto que la palabra procede del inglés, también es un americanismo: podemos comprobar en el diccionario de la RAE que la palabra no es de uso común en el castellano de España, aunque sí lo es en numerosos países hispanoamericanos. Esta expresión fue incorporada por primera vez de forma notoria por Rosa Aguilar cuando era alcaldesa de Córdoba con Izquierda Unida allá por 2007, y la ocurrencia le mereció una sonora reprimenda del director del ABC de esa ciudad, Fernando del Valle Lorenci, en un artículo titulado “Estimada Lideresa”. Solo el primer párrafo nos deja una idea bastante clara del tono del artículo: “Estimada «lideresa»: En primer lugar, quiero decirte que me parece has pecado de poco ambiciosa en tu loable intento por pegarle una patada al diccionario para sacudirnos toda la violencia que entraña”.
La expresión, que en aquellos años no tuvo demasiado éxito, sí fue muy celebrada pocos años después, cuando le fue atribuida a Esperanza Aguirre refiriéndose a sí misma como la lideresa de los madrileños. Tanto es así que una simple búsqueda en Google de frases que contengan las palabras “Esperanza Aguirre lideresa” nos da más de 500 resultados, figurando en numerosas ocasiones en (oh sorpresa) el diario ABC (además de otros medios conservadores, como la cadena COPE, en la que trabaja Herrera). Así que el mismo giro lingüístico que en labios de una alcaldesa de Izquierda Unida es una patada al diccionario, solo necesita verse asociada al nombre de Esperanza Aguirre para ser celebrado, asimilado y repetido hasta la náusea por toda la prensa española.
Volviendo a la ingeniosa perorata del faltón locutor de la COPE, observo que no se privó de lanzar los tan manidos chascarrillos de aquellos que critican a quienes pretenden dar un cierto enfoque de género a nuestro idioma:
“Ahora resulta que el feminismo consiste en que todas las palabras acaben en “a”;[…] uno es periodista, pues yo soy “periodisto”; entonces. “A ver,
Irene, ¿esto cómo va? ¿Los hombres tenemos voces y las mujeres tenéis “vozas”?”.
Pues si me lo permite, señor Herrera, yo le explico cómo va esto: antes de que aparecieran los primeros “modistos” la expresión “modista” era igualmente válida para ambos géneros, pero al parecer, a los hombres que empezaron a dedicarse al noble oficio de confeccionar ropa les sonaba demasiado femenina la expresión, así que poco a poco se fue imponiendo la nada regular masculinización de ese sustantivo neutro para referirse a los Balenciaga y Pertegaz de turno.
Una expresión perfectamente masculina como enfermero, fue condenada al ostracismo por cuestión de género: a muchos profesionales de la enfermería les resultaba ofensivo que se les apodase enfermeros, de ahí que se optase por la rebuscada expresión “Ayudante Técnico Sanitario (ATS)”. Resulta curioso que mientras que a los hombres se les denominaba así, a sus compañeras de oficio las seguíamos llamando, simple y llanamente, enfermeras. Algo parecido sucedió con la expresión “azafata” cuando los hombres empezaron a ejercer esa profesión a bordo de un avión: “azafato” sonaba feo, casi ofensivo, así que se optó por la nada práctica “auxiliar de vuelo” manteniendo el mismo patrón de antes: las chicas son azafatas, los chicos auxiliares de vuelo.
Así que, señor Herrera, si ya desde muy antiguo y por razones no del todo sanas la lengua castellana ha sido capaz de adoptar neologismos para remarcar las diferencias de género, tal vez no sea tan criticable que una mujer, llevada por su intención de defender el feminismo, proponga que adoptemos otro neologismo más. A no ser, claro, que lo único que usted vea criticable en todo esto sea precisamente el hecho de que alguien pretenda defender el feminismo.