Tú no eres el problema, eres la solución
Según el liberalismo, el problema de la sociedad está en el ciudadano, asegura que somos egoístas por naturaleza y es necesario construir barreras entre nosotros para protegernos del otro. Como consecuencia, las instituciones son creadas en el seno de esta sociedad con los dos supuestos liberales de que los ciudadanos no son virtuosos y que el Estado es malo por naturaleza. Estos supuestos son erróneos y crean desafección en los ciudadanos al estar institucionalizados. Estas instituciones serán el problema real.
Si atendemos al concepto de libertad como no-dominación (Pettit), una persona será libre y estará protegido de las injerencias de un poder tiránico si se aseguran determinadas condiciones. Primeramente, los ciudadanos han de conocer el funcionamiento y la organización de ese poder. Es totalmente necesaria una transparencia suficiente como para evitar la dominación. Por otro lado, el liberalismo afirma que para legitimar el poder basta con consentirlo, lo cual no es real. El poder estará legitimado en la medida en la que los ciudadanos puedan disputarlo. La disputabilidad se trata de la capacidad de poner en duda algo –en este caso el poder –, poder opinar sobre ello y participar en su modificación. La intervención de las instituciones políticas en la vida de las personas será por su bien, en lugar de arbitraria, en el momento en el que se puede disputar realmente si se persiguen objetivos conjuntos.
Cambiar el sistema establecido por uno en el que se admita el posible virtuosismo de los ciudadanos y se ataje la dominación arbitraria, es necesario. Poniendo al mismo nivel al que ejerce el poder y a los ciudadanos, se posibilita que los segundos puedan defenderse de la arbitrariedad del primero. Si se confía en los ciudadanos y se les facilita la educación, esto será más factible. Por eso están naciendo movimientos políticos nuevos que, además de tener una fuerte apuesta por ideas sociales, se tratan de una herramienta, una herramienta necesaria en la sociedad actual. Es coherente que el comienzo de la renovación política sea el empezar a creer en los ciudadanos y poder decir que nos encontramos en una democracia. Así, cualquiera podrá aportar sus opiniones y sugerencias y transmitir sus necesidades a las instituciones directamente. Hagámoslo todos por todos.