Concha “La Panera”: La historia de una mujer y de su pueblo
Desde su fallecimiento el pasado 20 de octubre, ha sido mucho lo que hemos podido leer en distintos medios, como La Voz de Pinto, sobre Concha “La Panera”, personaje muy querido y conocido por el pueblo de Pinto. Desligadas de la grandilocuencia que en ocasiones suele impregnar los textos biográficos, pero impregnadas de afecto y respeto a su memoria, estas líneas pretenden acercar fielmente a quien así lo desee, la vida de una mujer emblemática en la historia de este nuestro municipio madrileño de Pinto.
Nuestra historia comienza en el día de nochebuena de 1927. Pascuala Galán, esposa de Antonio Lagos, conocido por todos como “El tío Panero”, daba a luz a la tercera de sus cinco hijas en la Casa del Conde, frente a Santa Rosa de Lima. Llegaba al mundo Concepción Lagos Galán, más conocida como Concha “La Panera”. Con el estallido de la Guerra Civil en 1936, con tan sólo 9 años, la pequeña Concha abandona la villa de Pinto. Aquella peregrinación en carros junto con el resto de familiares y vecinos de Pinto hacia un lugar seguro, lejos de fusiles y sirenas, será especialmente dolorosa para Concha pues a la altura de El cerro de los Ángeles, su madre, Pascuala, morirá como consecuencia del parto de la menor de las hermanas, Lola. Cuidada por su tía Nicolasa y su hermana mayor, Carmen, las hermanas vivirán juntas en un convento de Madrid mientras su padre, Antonio “El panero”, luchaba en el frente.
Con el final de la Guerra Civil, 1939 se convierte en el año del regreso a Pinto. Así, a la edad de 12 años, Concha comienza a trabajar en el campo para sacar adelante a sus hermanas, ayudar a su padre, que tras volver del frente fue nombrado alguacil de Pinto y socorrer a los más desfavorecidos. En el Pinto de la posguerra, durante los primeros años de dictadura franquista, ante la hambruna, la sequía o la plaga de la langosta, salir al campo a recoger todo aquello que pudiera servir de alimento o pudiera venderse, se convierte en el mecanismo de supervivencia de muchas familias que calentaban sus hogares con aquellas maderas de las barreras de la plaza de toros que no eran vendidas a los vecinos de Valdemoro.
En esta difícil época, Concha y otros jóvenes pinteños fundan la Unión Carbonera cuya misión consistía en recoger todo el carbón que caía de los trenes en marcha para distribuirlo entre las familias necesitadas del pueblo y venderlo, para poder conseguir alimentos y bienes de primera necesidad. Concha verá morir a manos del tren a muchos de sus amigos y compañeros. Ella misma sufrirá un grave accidente del que salió ilesa y desde aquel entonces, prometió seguir descalza en procesión al Cristo del Calvario de Pinto, promesa que mantendrá a lo largo de toda su vida y que cumplió hasta que la salud se lo permitió, incluso cuando no era lícito a las mujeres acompañar al Cristo en procesión.
Fueron años difíciles, entre banastas de hortalizas y carretillas de carbón, pero entre las largas y duras jornadas de trabajo en el campo, hubo tiempo para el amor. Así, a la edad de 14 años conocerá a Ángel Martínez Batres, “El lego”, hijo de Manuel Martínez y María Batres. “El lego” se convirtió en el único y gran amor de su vida. En 1947 nacería su primer hijo, Ángel, conocido como Piyayo, y se trasladarán a vivir a la antigua cárcel de Pinto, emplazada en el actual ayuntamiento.
Cuando su marido fue destinado a Cuatro Vientos a realizar el servicio militar, Concha quedará al cuidado de su hijo y de su hermana pequeña, Angelines. Vivirán en la huerta de Pepe Carrero junto a la carretera de Fuenlabrada donde fue conocida por ayudar a los transeúntes que por allí pasaban, con una hogaza de pan, un poco de caldo o un trozo de carbón e incluso evitando el suicidio en el pozo de algún vecino del pueblo.
Luciendo el hábito del Cristo, Concha contrajo matrimonio con “El Lego” el 15 de octubre de 1950, con Doña Pilar Montesinos y Rubí, el juez de Paz de Pinto durante muchos años, como testigos. El matrimonio tendrá otros dos hijos, Antonio (1951) y José Luis (1953) y se trasladará a vivir a una pequeña habitación del asilo de hombres de la Calle Torrejón, en la actual Santa Rosa de Lima. Allí nacerán su primera hija, Conchi (1956), y su cuarto hijo varón, Manolo (1958). Aquella fue una época de calamidades, pero también, de enorme humanidad pues todo se compartía entre quienes allí vivían; una comunidad de gente humilde. Concha, sin dejar de trabajar y con sus hijos a cuestas, no dudó en pedir a la gente más acaudalada de Pinto quien siempre le brindó su ayuda, tal y como ella relataba. Tras un tiempo viviendo en la calle San Vicente, donde nacerá su hijo Jesús (1960) y su hija Maribel (1962), la familia se trasladará al pinteño barrio de El Prado donde vivirán durante más de 40 años y donde nacerán el resto de hijos, su hija Ana (1964) y “la niña”, la menor de sus hijas, Consuelo (1971).
En 2003, Concha se trasladará junto con su marido a la calle Andaraj donde pasarán los últimos años de su vida rodeados de sus hijos, nietos y bisnietos. El 6 de diciembre de 2006 morirá su compañero, “El Lego”, tras una vida juntos, y con él, una parte de ella. Así, “La Panera” llegó al final de su vida con el constante recuerdo de su marido y con el amor y el cuidado de toda su familia. Una mujer que jamás había conocido un hospital, ni aún para dar a luz a sus nueve hijos, afrontará la senectud aferrándose a la vida hasta el final, hasta la mañana del 20 de octubre. Su entierro fue multitudinario y su misa de despedida, recordada por todos los pinteños que en Santo Domingo de Silos despidieron a “La Panera” entre aplausos y lágrimas. Su despedida dio lugar a una avalancha de muestras de cariño hacia ella y su familia a través de las redes sociales. Incluso se inició una campaña a través de La Voz de Pinto para que el pueblo de Pinto recuerde a Concha “La Panera” en sus calles, iniciativa que cuenta con más de 400 firmas de apoyo en la plataforma Charge.org
En Concha encontramos un ejemplo de supervivencia. Luchadora y trabajadora, antes pidiendo que robando, Concha sacó adelante a sus nueve hijos, a sus hermanas y a todos los vecinos de Pinto que lo necesitaban. Un ejemplo de mujer fiel a sus convicciones, que lucía orgullosa el escapulario del Cristo, incluso en una época en la que éste no estaba permitido para las mujeres. Un ejemplo de mujer valiente, que en más de siete ocasiones perdió su cabellera a manos de la Guardia Civil y que no dudó en defender su honor y a los suyos. Un ejemplo de mujer caritativa y humilde, que siempre ayudó a sus vecinos.
De Concha “La Panera” siempre se recodará su sentido del humor, su carácter fuerte e inolvidable, su autenticidad, ya fuera delante de los alcaldes y las autoridades del pueblo o de sus majestades Don Juan Carlos y Doña Sofía, a quienes pudo saludar en persona en su visita a Pinto con motivo de la inauguración del parque Juan Carlos I en 1998. Las risas de la reina ante sus comentarios y vivencias es algo que ella y su familia siempre recordarán con cariño.
Su labor y su personalidad le lograron el reconocimiento, cariño y eterno recuerdo de su pueblo, su querido pueblo de Pinto. Un pueblo, Pinto; una ciudad, Madrid y un país, España, que poco a poco ve desaparecer a esta generación de ciudadanos humildes, herederos de la posguerra, sobrevivientes de la dictadura y primeros observadores de nuestra democracia, que constituyen el recuerdo vivo de nuestros libros de historia. Será en los libros de la historia de Pinto y en el corazón de quienes la conocimos donde el legado humano y social de Concha “La Panera” perdurará por siempre.
2 Comments
Se merece la calle y la admiración de todos.Enhorabuena a sus hijos y nietos por madre tan ejemplar.
perfecta biografia, mis mas sinceras felicitaciones al autor