Reportajes

Dios como camino de desintoxicación

  • La labor social realizada por la Iglesia Católica en Argentina era de vital importancia para la reinserción de drogodependientes
  • La droga no solo se consumía en Argentina, sino que también consumía a los que coqueteaban con ella. La adicción era un camino sencillo de recorrer, en cambio, el de la desintoxicación era mucho más sinuoso y peliagudo. En esa empinada y empedrada ruta, la religión católica jugó un papel fundamental y Dios sirvió de faro para Alejandro y Daniel. 

Daniel no era capaz de ocultar la vergüenza que reflejaban sus declaraciones en el Hogar de Cristo de Ciudad Oculta. A pesar de la imparable verborrea que emanaba de su mandíbula, descontrolada de forma crónica por los efectos del paco, y de la implacable mirada que clavaba de forma intermitente en los ojos de la reportera, pues no era capaz de mantenerla fija sobre un punto por el exceso de opiáceos, la expresión
corporal de Daniel era inequívoca: la vergüenza dominaba cada centímetro de su cuerpo. Vergüenza por su pasado delictivo, por su fisiología presente y por su futuro incierto. Vergüenza cuya confesión dejó de purgar su culpa desde hace tiempo.
Vergüenza que ni el suicidio pudo erradicar. Vergüenza para la que solo Dios podía albergar perdón. 

El paco como un problema nacional
La pasta base o paco, como se denominó coloquialmente en las calles de Ciudad Oculta, provincia de Buenos Aires, en el extrarradio de la capital argentina, se estaba convirtiendo lenta, pero inexorablemente, en un asunto de interés nacional y, por qué no decirlo, moral. Según la última Encuesta Nacional Argentina sobre Consumo y Prácticas de Cuidado 2022, el 6% de la población argentina consumió cocaína o derivados de la misma, esto es, paco al menos una vez al año. No obstante, este valor se duplicó en hogares que presentaban algún tipo de vulnerabilidad y se cuadruplicó en zonas económicamente deprimidas como Ciudad Oculta. A este respecto, las historias de Daniel Vázquez  y Alejandro Gabriel fueron muy reveladoras. 

Daniel nunca fue uno de esos niños que nacieron con un pan debajo del brazo: “Piensa que perdí a mi mamá desde muy niño. Mi mamá me abandonó en un cubo de basura sufrimiento con el consumo. Y claro, para consumir hace falta dinero y yo no lo tenía”.
Servida la adicción y establecido el objetivo para satisfacerla, para Daniel delinquir no era una cuestión moral, era, esencialmente, un medio para la consecución de un fin: sobrevivir. Así empiezan las historias que podrían llegar a acabar entre rejas y la de
Daniel no fue una excepción. 

Del total de 102.000 reclusos que cumplieron condena en los penitenciarios argentinos en 2022, se calcula que más del 90% “consumen o han consumido” paco de forma habitual. De nuevo, la estadística reveló otras tendencias interesantes. Para aquellos que provenían de entornos socioeconómicamente deprimidos, el consumo de drogas no era solo una dependencia, era también la razón de su estancia en la cárcel. Estancia, dicho sea de paso, que no hacía sino acrecentar los índices de consumo en el paco como sentenció Daniel: “Es lo único que te mantiene vivo en la cárcel. Cuando me la quitaron, traté de suicidarme”.

Las penas por tráfico de drogas podían alcanzar hasta los 15 años en Argentina.
Alejandro cumplió una condena de seis años, en cambio, Daniel ingresó cuatro: “Me metieron en la cárcel porque hice cosas malas. Cometí varios delitos. Necesitaba plata para el paco”. Alejandro no perdió de niño ni a su padre ni a  su madre, al contrario: “Mis papás eran los que pasaban el paco y yo empecé a  consumir con 14 años. Ellos me lo prohibieron y me echaron del negocio familiar, por eso tuve que empezar con las maldades que me llevaron al penal”. Ni Daniel ni Alejandro cumplieron la condena
completa que se les impuso. El motivo de su reducción de condena fue el buen comportamiento y, de nuevo, en ambos casos, la causa del cambio fue la misma: encontraron a Dios. 

La religión como camino de salvación 
A pesar de que la feligresía católica disminuyó notablemente en las últimas décadas, la última encuesta de 2023, promovida por el Latinobarómetro acerca de la cuestión religiosa, señaló que el 50% de los argentinos se consideraban católicos y practicantes.
Valor que demostró la importancia de la religión en la idiosincrasia argentina y cuestión de la que sacó pecho el Papa Francisco, argentino de nacimiento, en varias ocasiones.
Esta relevancia de la religión no solo amuebló las mentes y la moral argentina, sino que también ocupó una posición central en la lucha contra las desigualdades sociales. La vertiente social de la Iglesia Católica fue una constante histórica que, actualmente, ha intensificado su labor en la Tierra del Río de la Plata y, particularmente, en zonas deprimidas como Ciudad Oculta.

Tras sus respectivas salidas del penal, Daniel y Alejandro decidieron dar un giro de 180 grados a su vida. Por un lado, Alejandro, a sus 25 años, afirmó que la religión consiguió alejarle un tiempo de la droga: “Llevo 4 meses sin tomar. Este es el camino que Dios quiere para mi”. Por el otro, Daniel, a sus 45 años, era ya todo un veterano de la desintoxicación: “Llevo 8 años sin tomar. Le doy gracias a Dios porque me sacó la venda de los ojos”. En ambos casos, la llamada de Dios fue el catalizador de su cambio y el trabajo social realizado por los Hogares de Cristo el elemento material que lo hizo posible. 

La vertiente social de la Iglesia Católica
La Familia Grande Hogar de Cristo, FGHC por sus siglas, fue la federación de Hogares de Cristo más grande de Argentina. Esta reunió a más de 140 “Centros Barriales” y se extendió por 11 de las 23 provincias argentinas. Como señalaron sus estatutos, su objetivo fue desarrollar comunidades humanas basadas en una identidad católica común y comprometidas con el sufrimiento social. Uno de sus objetivos particulares fue servir como centros de rehabilitación para drogodependientes. El Centro Barrial de Ciudad Oculta, hogar de Daniel y Alejandro, estuvo particularmente especializado en este
cometido. 

Como indicó su propio nombre, el propósito final de los Hogares de Cristo fue construir un hogar, una hermandad, al fin y al cabo, una familia. Según Alejandro, el ambiente que rodeaba a la comunidad católica de Ciudad Oculta era lo más parecido a una familia que él conoció: “El hogar está lindo, siento que tengo la familia que nunca tuve”. En esta misma línea, Daniel señaló que no era solo una cuestión del ambiente, también era un sentimiento común entre todos los integrantes del Hogar: ”Después de 8 meses aquí, siento ese abrazo. Nunca había tenido este abrazo”. 

Estos centros católicos y sociosanitarios no solo aportaron una guía espiritual para sus integrantes, sino que también promocionaron actividades destinadas a la reinserción de los mismos, y, sobre todo, funcionaron como centros de desintoxicación. Daniel, tras más de ocho años sin consumir paco, aseguró que él ya no sentía dependencia de ningún compuesto: “La metadona sustituyó al paco cuando llegué aquí. Ahora ya no la necesito”. Alejandro, en cambio, novato en comparación, seguía consumiendo
metadona para silenciar a sus demonios: “Cuando estoy a punto de recaer pienso que lo estoy haciendo por Él y eso me ayuda”. De este modo, la sinergia positiva que se entretejió entre la medicación, la religión y el afecto de los misioneros y los voluntarios, hicieron de los Hogares de Cristo lugares tan modestos y austeros como útiles y beneficiosos. 

Los procesos de desintoxicación fueron sido caminos tortuosos y accidentados. Durante los mismos, las personas que los padecieron sufrían altibajos, recaídas y, en muchos casos, tenían que crear una nueva forma de vida. Esta suerte de redención terrenal se sirvió mucho del camino de salvación que ofrecía la fe. No hubo nada más poderoso que la voluntad individual de creer en algo superior en conjunción con un entorno familiar, enriquecedor y empoderante. Por todo ello, Dios pudo ser mejor antídoto contra la droga que la misma metadona: “Yo solito entré en la droga, pero fue Dios quien me sacó de ella”.

Irene Fernandez Quevedo

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